sábado, 22 de septiembre de 2012

Yo nunca gané nada

Ayer sortearon varios premios en el gimnasio por el día de la primavera; y pensé en los concursos. La gente, a la entrada de la clase, recibía su número con cierto desinterés impostado, porque se veía claramente que tenían todos una chispita en la mirada imposible de disimular: ilusión. 

Mientras dejábamos bolsos y abrigos en la barra, resonó en el salón la misma frase, varias veces, grave, aguda, tímida, segura: yo nunca gané nada; atacaba mi oído por todos lados. Yo nunca gané nada: mantra con el que algunos se convencen de que, porque nunca ganaron nada, hoy les toca, seguro, hoy sí.

Pobre yo… Nunca gané nada,  ¿entonces lo merezco más que el resto? Lamento informarles, perdedores anticipados, que los concursos y los juegos son antidemocráticos. Ustedes saben que pueden ganar esta vez, pero por las dudas está bien que se protejan de la desilusión de perder, que se ahorren la vergüenza de estar deseando un premio hace años. 

Si ayer hubiésemos sido niños, hubiésemos entrado a la clase saltando de alegría, tratando de hacer fuerza con mente y corazón para que salga nuestro numerito y gritando ¡iupi, a  jugar! ¿En qué momento de la vida pasamos de ver a los concursos como juegos para sentirlos como si estuviésemos mendigando? ¿Cuándo y por qué nos empezó a dar vergüenza jugar?

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