Escribo estas palabras frente a La Alhambra, en el Albaycín de Granada; mientras, los pájaros sobrevuelan la
fortaleza como moscas. Hace un calor inusual para el mes de mayo y el sol
parece aplastar las cosas hacia la tierra, como si estuviese pegando una maqueta,
fijándola aún más de lo que está.
El Albaycín es un sueño, es como estar en el
decorado de una película de esas que ya no se ven. Los extras-habitantes son
turistas, estudiantes extranjeros, gitanos vecinos del barrio Sacromonte,
antiguos locales, romántico-masoquistas que se aferran a vivir sobre una cuesta
que ya pocos quieren subir.
El barrio es un pueblo, y abajo la ciudad con
“Zara”, “El Corte Inglés” y “La Caixa”, abajo la ciudad como si nada, que ni se
entera y se mueve, más lenta que otras, pero se mueve. Acá en el Albaycín el
tiempo se ha detenido, la sorpresa de cada día es La
Alhambra: cambia con la luz, con el clima y con el propio estado de ánimo del
que la mira, cambia y sorprende (un edificio que no ha cambiado en cientos de años, uno de los pocos que se ha quedado siempre igual).
Los habitantes del barrio se cruzan por la tarde y repiten los mismos asuntos que
han discutido al cruzarse por la mañana, con la misma intensidad, como si fuese
la primera vez que se toca el tema. Cuesta salir de casa, cuesta escribir,
cuesta moverse. Cuesta, cuesta subir y bajar la cuesta. Es como si bastase con
estar, con transitar horas que pasan del desayuno al almuerzo a la cena y se ha
ido el día entre una cosa y otra, entre comprar el pan y la cerveza de la
tarde.
No es una vida dura, basta con vivir y pasa desapercibida, en paz y con alegría. Es
contemplativa, pasiva, introspectiva. Sin embargo el verde, la belleza de las
calles y el silencio natural no llegan a inspirar, no motivan a crear sino más
bien te dejan vacío, queriendo tan solo convivir y ser parte de semejante
entorno, “pertenecer” es estar sin empujar hacia ningún lado, sin modificar,
sin gritar.
Ayer fui a una comunión gitana y hablé
bastante con E., una bailarina de flamenco profesional madrileña que se
casó con un guitarrista granadino. Ella dice que en esta ciudad hay corrientes
electromagnéticas que te tiran hacia abajo, que te sacan la energía; que la maldad de la guerra civil ha quedado impregnada, que las calles han chupado demasiado
sufrimiento y miedo y se respira en el aire. Por aquí se ha acusado,
traicionado y asesinado y es lógica cierta herencia negativa de los sucesores
que han permanecido en el lugar de los hechos.
Ahora pienso en el flamenco, en
esos cantos que tienen algo de quejido sufriente, de
lamento. Los gitanos de hoy le cantan al pasado, a lo que fueron. Cuando cantan
y bailan viajan en el tiempo y el anacronismo es mucho más marcado si bailan de
“civiles”, de “payos” (personas no-gitanas). Se aferran a sus tradiciones vestidos
con camisas “polo” y mientras con una mano tocan la guitarra como los dioses con la otra intentan comprender cómo usar un iphone.
Los gitanos respetan la edad, el rol
de cada persona en la familia, la habilidad de canto, toque y baile, la comida y la
bebida y se quieren entre ellos por sobre todas las cosas. Es conmovedor como intentan
transmitir las tradiciones a sus hijos que se resisten aferrándose a
computadoras y a las nuevas zapatillas "Adidas", que prefieren ser actrices de
telenovelas a aprender a bailar lo que bailaban sus madres y sus abuelas.
Debe ser difícil pertenecer a
transiciones culturales, nacer en el umbral y ser tironeado constantemente
hacia adelante y hacia atrás. Debe ser difícil querer ser diferente, nuevo,
nacer, cuando los demás intentan que todo siga siendo igual, que la comunión,
la familia, la tradición. Eso es. Eso es lo que inmoviliza. Acá
uno está en el medio del pasado y el futuro, el presente se detiene siempre
en el mismo lugar ante el tironeo de fuerzas equivalentes que se anulan y lo
paralizan todo.
Y así estoy yo, haciendo un gran esfuerzo de concentración
por escribir estas palabras, por tirar hacia algún lado, por moverme. Cada
tanto la presencia de La Alhambra me intimida y me obliga a detenerme como
diciendo ¿qué haces que es más importante que estarte quieta y mirarme? ¿quién
te crees que eres? ¡Detente! ¡Para ya con esas manos que se mueven con ruido!
¡Para! Es tan atractiva y grandiosa, es una encantadora de serpientes.
A pesar
de mi naturaleza rebelde y de la fortaleza que siempre pensé que tenía,
obedezco al monumento y paro de escribir. El lugar me llama a quedarme quieta, suenan las campanadas y cedo fascinada al hechizo. Me entrego en cuerpo y alma al tiempo que se detiene, a conformarme con respirar aire puro y ser feliz. Además ya
es la hora de un poco de jamón ibérico y una cerveza bien helada. Así es, de
toda la vida.
5 comentarios:
excelente descripción maría.
Viajo con vos y soy feliz, y somos felices con Galileo que duerme con el futuro en la cabeza y el pasado que lo hamaca en su reposerita...
Muchas gracias, querés Melón? y Dolores.
Saludos españoles!
Es muy muy placentero leer esto! Gloria
Muy muy encantador !!!! Gloria
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