Siempre me fascinó la lluvia; cuando era chico, estaba siempre alerta esperando que se nublara el cielo y cayeran las primeras gotas. Los días de lluvia eran para mí como días de fiesta. Ahora estoy más distraído con las cosas que me ocurren, en lo personal, y en casi toda mi vida adulta me ha faltado el tiempo para volverle a prestar atención a la lluvia. Algo parecido me pasa con la música; la oigo, pero más bien como fondo, sin entregarme plenamente. En eso se ha transformado la vida del adulto: un pasar cerca de las cosas sin rozarlas, o rozándolas apenas, pero sin entablar amistad con las cosas, sin intercambios, dar y recibir. Dar de sí, la atención, el tiempo íntimo, uno o todos los sentidos. Tengo entendido que del mismo modo ausente la gente suele hacer el amor, y no puedo dejar de asombrarme. Esa es la vida de ellos.
La lluvia caía lentamente y con fuerza; cada gota se multiplicaba en cantidad de fragmentos al chocar contra el piso de baldosas grises. Es hermoso el gris uniforme de los días lluviosos; por contraste con la opacidad colorida del resto de los días, soleados, la vista se agudiza para percibir matices en el gris, dimensiones, un mundo verdaderamente tridimensional, sólo cuando llueve -o en ciertos atardeceres, cuando las sombras se alargan mucho, en espacios abiertos, como por ejemplo en una playa, cuando los granos de arena cobran individualidad gracias a las sombras: cada uno tiene su peso en el conjunto, cada uno, ahora se ve y se sabe, ocupa exactamente su lugar en el espacio; es tan interesante estar en el mundo, y percibir, que es una lástima que haya perdido tantos años ocupado en asuntos triviales: exactamente eso es estar loco.
(Fragmento de "El alma de Gardel", Mario Levrero)
2 comentarios:
pero qué lindo, habrá que buscar a Levrero... gracias!
Hola Juan, Sí!
Levrero es un genio...
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