¿El mapa es más interesante que el territorio?

Nunca me gustaron los mapas, no me gusta guiarme por ellos, no los entiendo, siempre me llevan por mal camino; prefiero preguntar. Una vez, en Cádiz, me olvidé un mapa que había estudiado y marcado por primera vez en la vida en una panadería donde paré a comprar algo para comer, estaba muerta de hambre. Al salir, caminé disfrutando de una especie de empanada riquísima. Había hecho varias cuadras cuando me di cuenta de que había dejado el mapa personalizado en la panadería. Decidida, giré y volví a buscarlo. Todavía con un poco de hambre, al ver las empanadas en la vidriera me tentaron. Salí y caminé las mismas cuadras comiendo, más contenta que antes, la nueva empanada era aún más rica y la definitiva saciedad me daba fuerzas y ganas de recorrer la ciudad que prometía ser maravillosa. ¿Izquierda o derecha? No, el mapa había vuelto a quedar abandonado en la panadería.

Pero después de leer “El mapa y el territorio”, de Michel Houellebecq, cuestiono mi resistencia a enfrentarme con esa visión elevada, "macro”, de un pedazo del mundo. “EL MAPA ES MAS INTERESANTE QUE EL TERRITORIO”, escribió Houellebecq y me dejó pensando mucho en esto de visualizar el terreno o recorrerlo, caminarlo; abarcar con la mirada, entender, o estar inmerso en sus lagunas y senderos. ¿Será que siempre le encontré atractivo a estar perdida? Desde chiquita me gustaba cuando nos perdíamos con mi mamá en el auto y le pedía a gritos ¡perdete!, ¡perdete! Ya de grande, hace algunos años, tomé decisiones que me apartaron del camino seguro y me enseñaron a tolerar la incertidumbre de no saber dónde estaba parada. Paradójicamente, la vida empezó a funcionarme mejor así, sin brújulas, faros o carteles que seguir. Aunque es mucho más trabajo, ahora tengo que buscar adentro mio algo que me indique de alguna manera hacia dónde dar cada paso. Y ahí no hay ningún mapa. Ahí sí, sólo sirve preguntar.