Por circunstancias de mi oficio, estos días anduve muy involucrada con las condiciones laborales del ámbito en donde trabajo. Me dediqué a tratar de comprender y de hacerme entender con mis colegas, a explicar por qué formo parte de una minoría que piensa diferente. Este diálogo fue a través de Internet, fue un diálogo escrito.
Escribir lleva más trabajo que hablar, pero también hay más espacio para pensar lo que uno quiere decir. Cuando se escribe “dialogando”, uno escribe para comunicarse con el otro pero también busca entenderse y aclararse a sí mismo. Y hay tiempo. El otro no te mira hablar, uno escribe solo y dice lo que piensa de la mejor manera.
Lo de mi trabajo es algo muy específico, como que un abogado me explique una ley, no importa mucho, pero fue lo que sembró la semilla de lo que terminé de descubrir después, en el gimnasio, frente al espejo, en una clase repleta de caras nuevas por la primavera inminente. Ahí me di cuenta de que es muy simple.
Música, luces de colores, profesor indicando los pasos para después dejarnos guiar a nosotras, las de adelante, las que sabemos la coreografía hace años. Tengo ganas, energía, me siento fuerte y lista para dejarlo todo. Me concentro, sin equivocarme, focalizada en mis músculos y en ser lo más sólida posible con los ejercicios.Estoy ahí, en ese momento. Sola con mi cuerpo que sigue el ritmo. Contenta, sonrío. Sonrío y me distraigo un segundo como siguiendo una paloma que cruza la ventana. Y ahí las veo, atrás mío, a todas las nuevas mirándome para tratar de seguir lo que cuesta meses aprender. ¿Me miran? Mi pierna ya no responde, en vez de ir a la derecha voy a la izquierda, mi brazo es torpe y vago. Literalmente, me descuageringo entera.Vamos. Vuelvo al espejo. Me concentro en la música, estoy sola con mis músculos, salto. Todo vuelve a fluir, todo está bien, estoy ahí, ahora. Pero algo ha cambiado, soy consciente del mecanismo y me tienta probarlo. Entonces miro atrás y las veo que me miran, que me siguen. Mi pierna vuelve a hacer lo que quiere, mi brazo cae como el de Pinocho, todo vuelve a estar fuera de lugar, indomable.
Y seguí: yendo y viniendo, yendo y viniendo testeando el asunto, para que no quedasen dudas. Entrenando la mente. Había descubierto algo muy valioso, se había resuelto el teorema, la clave de mi caja fuerte: la única manera que yo tenía de estar ahí, ahora, siendo, con todo mi potencial, íntegra y en pleno dominio de mis facultades era sacarme la mirada de los otros de encima.
Aunque estén presentes en la realidad y exijan que no me equivoque, que le ponga fuerza, que no afloje. Aunque estén ahí, demandantes, me tomo mi tiempo y respiro, escribo, pienso cada palabra, qué me refleja, qué no, cómo ser lo más justa posible. Pienso y escribo, escribo lo que diría si estuviese hablando sobre mi trabajo. Y escribo sobre eso. Bien.
Porque nadie te está mirando, María.
5 comentarios:
Genial este texto, María.
Cuántas veces he comenzado un mail escribiendo "aprovecho la ausencia inmediata de mi interlocutor, o sea vos, para expresar libremente que..."
abrazo,
Laura
Muchas gracias, Laura.
Saludos.
que lindo !
María, no puedo explicarte hasta que punto me conmovió lo que escribiste acá.
Me pasa mucho de coincidir con tus búsquedas, pero esta vez fue increíble, debemos tener más o menos la misma edad, o por alguna razón hacemos los mismos recorridos con nuestros espíritus o "yos" o como se llamen, y llegamos a lugares muy similares. La diferencia es que vos lo escribís TAN BIEN!.
Hace un tiempo largo que vengo trabajando ese tema de la mirada de los otros, como sacármela de encima, o que no me pese, o encontrarme y ser, más allá de esa mirada. Cuesta, debo reconocer, pero es muy gratificante.
Te felicito, me encanta como escribís.
lala
Gracias, Maqui!
Hola Lala,
Si a las dos nos pasa, sabemos entonces que no estamos falladas. Creo que es parte de crecer...
Un beso grande y muchas gracias por las cosas lindas que me escribís. Me motivan y le dan sentido al blog, de verdad. Gracias!
Publicar un comentario