Mi amiga Fabi me contó que cuando era chica le daba mucho miedo volar en avión. Lo que más la aterraba eran los viajes perfectos, la nave inmóvil; esa tensa calma que escondía lo peor. A ella la tranquilizaban las turbulencias, la calmaba el pánico compartido, saber que la tripulación estaba alerta porque en cualquier momento se iba todo a pique; era mucho más seguro.
Aquí en la tierra como en el cielo, igual que Fabi, yo a veces no tolero la calma. Me da miedo la bomba escondida, saber que la traidora puede explotar en cualquier momento, ya me lo dijo Hitchcock. Mejor prendo la mecha ahora, con mis propias manos y ya; prefiero el miedo justificado, el control, saber cuándo, dónde y cómo me acechan. Mejor malo conocido que bueno por conocer, es obvio pero aplicaría.
Hay un modo de vivir preventivamente, convencida de que la paz no es nada, que es una mentira que tarde o temprano se termina, mejor inventar la tormenta. El bienestar no puede ser la posibilidad de hacer cosas, la oportunidad de escribir, dibujar, de crear. Qué miedo: conocer el destino, mis sueños. Y haber llegado sana, tranquila, sin ni siquiera haberme dado cuenta de que estaba volando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario