viernes, 21 de enero de 2011

Post mortem

No sé si deba seguir escribiendo en cuadernos feos. Escribir en cuadernos lindos me da la ilusión de que soy más prolija y escribo mejor. Ay, qué pena me dan los cuadernos feos que me regalaron o compré de emergencia frente a una oferta limitada: sus hojas vacías, ahí esperando, despreciados. Pensar que ellos también fueron árboles, como los lindos.

Pero no sé si deba seguir escribiendo en cuadernos feos. Después de todo, mis libros a mano me sobrevivirán. Sí, cuando yo ya no esté, alguien dirá emocionado los cuadernos de María y me gusta más imaginarme la escena con un cuaderno de tapa dura forrada en tela que con un “gloria” cuadriculado de veinticinco hojas que apenas se deja acariciar.

El otro día le pedí a mi papá que, si desaparezco, prenda fuego a los cuadernos que avisen: “Por favor, quémese antes de leerse”. Cualquier otra persona hubiese respondido no hablemos de esas cosas, si yo me voy a morir antes que vos o dejate de pavadas; pero él no, mi papá se quedó callado y asintió sumiso, es demasiado inteligente para negar la posibilidad de que yo me vaya primero.

Así va a ser con todo: mis bombachas, mis libros subrayados, mi cepillo de dientes van a ser era de María en algún futuro quién sabe cuán lejano. Las cosas habrán sido mías. Las fotos reemplazarán mi mirada, los cuadernos mis pensamientos. Me pregunto qué podría reemplazar mis caricias, mis besos; si se me ocurre algo salgo a comprarlo ya mismo.

No sé si deba seguir escribiendo en cuadernos feos.

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