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Pero prefiero pensar que es el acróbata, como en mi sueño, con su vida peligrosa y llena de vanidad y carente de sentido, el que más se parece a nosotros. Al menos, me da esa impresión: me la da el traje barato, el orgullo de lograr la proeza de nuevo sin caerse. Justamente, lo único que puede salvarnos es una gran caída. Eso de quedarse ahí arriba en la cuerda floja, haciendo equilibrio con una sombrilla insignificante y contentándonos con darle miedo a la audiencia, es lo que nos consume. ¿No estás de acuerdo? Una gran caída, es eso lo que necesitamos.
(Fragmento de "Los enamorados", de Alfred Hayes)
9 comentarios:
No se puede creer cómo escribe este hombre, de verdad. Por eso (y porque a muchos les cuesta leer largo en la computadora) acá les transcribo otros fragmentos brillantes:
¿Y por qué, dijo el hombre, que le había prometido una historia, mirando y sonriéndole con rara circunspección a la chica que tenía todas las ventajas de no haber cumplido cuarenta, así como todas las desventajas, por qué me siento así? ¿Qué se me perdió que parece imposible de recuperar? ¿Qué hice, dijo, para ser tan infeliz y al mismo tiempo no estar convencido de que esta infelicidad, que me define como una atmósfera, sea real o justificada?
De chica había tocado el piano; ya no lo hacía, pero pensaba que sería muy bueno, muy reconfortante, tener otra vez un piano para entretenerse por la tarde; pero era muy difícil (según le parecía) alquilar uno y para colmo el departamento era muy pequeño. No obstante, uno de los motivos de su infelicidad era el piano ausente. También había sido excelente nadadora en la infancia, o eso le parecía al recordar los veranos en la playa o en centros turísticos; y pensaba que si pudiera hacer algo de nuevo, algo como nadar o escalar, sería muy feliz. Pero las piscinas que estaban en el interior oscuro de los grandes hoteles eran muy húmedas y muy pequeñas y muy poco agradables; y además, eso de sacarse la ropa y todo el asunto deprimente de alquilar una toalla y andar con el pelo mojado todo el día, era demasiado engorroso. No obstante, uno de los motivos de su infelicidad era la natación que había desaparecido.
Lo que tenía en mente era un idilio muy conveniente, fijo e invariable, una simple secuencia de placeres que no alteraría seriamente mi vida ni se interpondría con mi trabajo, que llenaría las horas de mis largas tardes y me liberaría de la presión de la soledad para darme lo que, creo, consideraba la diversión más agradable de todo el parque de diversiones: el placer del amor.
Entonces miró hacia fuera por la ventanilla y vio los copos de nieve que caían y giraban y las fachadas oscuras de los negocios, bien cerrados contra la noche, y dijo (era la única frase que yo también recordaba, había olvidado muchas cosas pero recordaba aquella frase trunca) ¿no es hermoso a veces?, y yo le pregunté qué era hermoso a veces, y ella dijo: la nieve y todo lo demás.
Así que ella debe de haber sentido la puntada fugaz de algo encantador, inspirada por el silencio blanco y la tibieza adormecedora del interior del auto. Quizás era la anticipación, el momento prolongado del regreso, cuando uno comparte un taxi con un extraño que está por transfigurarse en amante y hay un intervalo, como en la música, entre el acorde del deseo, que ya fue tocado, y el acorde de la satisfacción del deseo, que todavía no lo ha sido; cuando todo promete y permanece suspendido, y la nieve flota en el aire de una ciudad cuya fealdad por un momento se ha eclipsado, y el auto mismo parece existir dentro de un círculo mágico de tibieza silenciosa, unión y movimiento; y lo que dura el momento, supongo, es hermoso, la nieve y todo lo demás.
No creía que hubiera conexión entre el sueño y la decisión que tomó; lo que sí me dijo fue que el sueño la había agotado a tal punto que cuando despertó y vio la tarjeta sobre la mesita ratona, la tarjeta le pareció mucho menos terrible que todas las demás cosas terribles que el mundo podía depararle.
Además comencé a experimentar la vanidad del sufrimiento. El sufrimiento me daba una importancia que ningún otro sentimiento me había proporcionado. Era como un destino. Al sufrir creía que amaba, porque el sufrimiento era la prueba, el testimonio de un corazón que hasta entonces consideraba seco. Al haberme fallado la felicidad, era la infelicidad lo que me llevaba a creer que estaba, o había estado, enamorado; y era fácil confiar en la realidad de la infelicidad cuando tenía ante mí la prueba de noches sin dormir y la amargura de estirar el brazo en la oscuridad para tocar lo que ya no estaba. La contracción enferma del corazón era irrefutable; había una verdad melancólica en el sufrimiento que me volvía real ante mis propios ojos.
Por supuesto, había salido, había salido mucho, de hecho todas las noches, salir le hacía las cosas más fáciles, un poco más fáciles, porque había tantos recuerdos grabados en aquella habitación, y además, en el círculo de Howard se salía todas las noches, era sencillamente impensable quedarse en casa una noche. Quedarse en casa hubiera sido como admitir que la vida en los lugares a los que iban no era tan fascinante como pretendían que era, y esa gente no tenía nada más que hacer, dijo ella, salvo gastar dinero, y ella se había cansado de gastar tanto.
Era como la escena de una mala película, si es que todavía hacían cosas así en las películas; pero sobre todo era como la escena de una mala vida.
Es impresionante la pasión que sentís-y que transmitis- cuando posteas estas cosas. Es un placer. Me quedo con "la escena de la mala vida".
Respecto de la primera cita, una gran compañera de la vida, Martina Sécura, siempre decía que "Apostar sin querer en el fondo, auque sea en el fondo perder, no es una verdadera apuesta. Todos esperamos de vez en cuando perder todo en una apuesta magnánima que nos haga sentir vivos".
A propósito, el personaje de Al Pacino en una película dice algo parecido en una reunión de adictos al juego.
Me encantó esto que compartiste
Gracias Nausica!
Me sirve mucho lo que decía tu amiga Martina, estoy pensando en eso de las apuestas por estos días...
Un beso.
Quiero leer este libro ya. Muchas gracias, María, como siempre.
El fragmento de los acróbatas me parece maravilloso.
Un fuerte abrazo,
Laura
no se puede creer. en serio. lo estoy leyendo. me traslado a otros mundos.
besos!
hermoso el fragmento. Muchas gracias por compartirlo. siempre entro y robo algo de este pequeño mundo por mi bien.
Robe tranquilo, >> rhodes &g/
Picasso decía: "Un artista copia, un gran artista roba."
que libro increíble! Lo terminé hace poco. Ya lo extraño.
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