sábado, 23 de octubre de 2010

Fragmentos de un discurso amoroso

No hay nada que entender sobre el amor, esto lo entendí después de mucho tiempo. ¿Entonces cómo se piensa en algo que no tiene gollete? ¿No se puede pensar el amor? ¿Se puede pensar sin entender, sin responder? Sí, por más inútil que sea, se puede pensar (como se puede limpiar el piso con un trapo sucio). Para pensar lo impensable, ayuda mucho Roland Barthes:
Enfrentado a la aventura (lo que me ocurre), no salgo de ella ni vencedor ni vencido: soy trágico. (Se me dice: ese tipo de amor no es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?)

La ausencia del otro me mantiene la cabeza bajo el agua; poco a poco, me ahogo, mi aire se rarifica: en esta asfixia reconstruyo mi “verdad” y preparo lo Intratable del amor.

Todo contacto, para el enamorado, plantea la cuestión de la respuesta: se le pide a la piel que responda.

Estoy aprisionado en esta contradicción: por una parte creo conocer al otro mejor que cualquiera y se lo afirmo triunfalmente (“Yo te conozco. ¡Nadie más que yo te conoce bien!”); y, por otra parte, a menudo me embarga una evidencia: el otro es impenetrable, inhallable, irreductible; no puedo abrirlo, remontarme a su origen, descifrar el enigma. ¿De dónde viene? ¿Quién es? Me agoto; no lo sabré jamás.

La Fiesta, para el enamorado, para el Lunar, es un regocijo, no un estallido: gozo de la cena, de la conversación, de la ternura, de la promesa segura del placer: “un arte de vivir por encima del abismo”.
(¿No es acaso nada, para ti, ser la fiesta de alguien?)

Pensamiento constante del enamorado: el otro me debe aquello de lo que tengo necesidad.

“¿Estoy enamorado? –Sí, porque espero.” El otro, él, no espera nunca. A veces, quiero jugar al que no espera; intento ocuparme de otras cosas, de llegar con retraso; pero siempre pierdo a este juego: cualquier cosa que haga, me encuentro ocioso, exacto, es decir, adelantado. La identidad fatal del enamorado no es otra más que ésta: yo soy el que espera.

… si todo no está en dos, ¿para qué luchar? Mejor volverme a meter en el curso de lo múltiple.

(Saciedad quiere decir abolición de las herencias: “… el Gozo no tiene ninguna necesidad de herederos o de niños –El Gozo se quiere él mismo, quiere la eternidad, la repetición de las mismas cosas, quiere que todo permanezca eternamente igual”. –El enamorado colmado no tiene ninguna necesidad de escribir, de transmitir, de reproducir.)

Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

Esto es lo que dice un poema popular que acompaña a las muñecas japonesas:
“Así es la vida;
caer siete veces
y levantarse ocho”.

(Fragmentos de "Fragmentos de un discurso amoroso", de Roland Barthes)

2 comentarios:

Thiago. dijo...

Barthes me dejó sin palabras.

Es exactamente lo que siento hoy. El amor es una gran mierda...

Anónimo dijo...

Thiago, es una posibilidad, me niego a creerlo y prefiero mirarlo del otro lado del espejo, ja. Pero como no tengo ni la menor idea de qué es el amor, tampoco descarto tu afirmación...
Saludos. María (que no sabe por qué hoy es anónima en su propio blog)