viernes, 6 de agosto de 2010

Carretera perdida

Estos días me cuesta escribir pero estoy muy lúcida, en relación inversamente proporcional. Mi cabeza no para de analizar y teorizar, si pudiese me la sacaría de encima. Ah, entonces la muy maldita no tiene nada que ver con mi “poder escribir”. Razono: lo que escribo sale de otra parte, de algún lugar del cuello para abajo (¿pecho-panza-corazón?), por eso escribir me calma.

Pero si cuando escribo no pienso, ¿será el miedo a sentir lo que me impide escribir?, me pregunté hace unos minutos, cuando empecé a teclear esto que, se supone, es una reflexión de mi cabeza sobre la adaptación cinematográfica del libro “La carretera” de Cormac McCarthy. Así que voy a refugiarme ahí, para no ver qué pasa por otros lados más oscuros y difusos.

El otro día mi papá me trajo la película “La carretera”. La empecé a ver y tuve que dejarla a los diez minutos, me dijo, es un bodrio. Mi papá, que ve películas de Tarkovski, de tiros, de Al Pacino, de autor, de ciencia ficción. El libro a mí me gusto mucho, fue lo único que dije mientras pensaba qué bueno tener una película de las nuevas para ver a la noche.

Llegué a mi casa y releí lo que les había resumido del libro acá. Después me hice un té, apagué las luces y preparé el terreno para pasar dos horas en otro mundo. Menú, seleccionar idioma, ver película, play y empezó con un par de escenas flojas, después vino el título “The road” y de negro corte a ¡plum!, defrentemarche, en un plano general, nítida y concreta: La carretera.

¿Cómo? ¿La carretera no era la vida? ¿La carretera no era el camino a recorrer? ¿No eran los avatares, las enseñanzas de un padre a un hijo, las curvas que da la existencia de una persona? Por lo menos eso es lo que yo había leído en el libro del pobre Cormac. Pero después de semejante plano de ubicación parecía que no: la carretera era un camino de tierra cualquiera rodeado de árboles en una montaña.

Desde el momento en que la carretera fue una carretera no pude aferrarme a nada para seguir mirando, mi cabeza se vació y quedé anestesiada del cuello para abajo. Recordé las palabras de mi papá e impulsada por un instinto de supervivencia que había permanecido del libro de McCarthy junté fuerzas, salté el alambrado, apagué el televisor y busqué otra cosa que me llevara por un confuso y verdadero camino.

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