Todos los domingos a la noche voy a comer con mi papá y mis hermanos. Pero no es una rutina familiar, es otra cosa: nunca estamos todos, muchas veces traemos parejas o amigos y lo más importante es que hablamos profundamente de cosas que en general no se hablan con la familia.
El domingo pasado, cuando salimos del restaurante, la noche era limpia y fría y decidimos caminar. Es lindo caminar de noche en invierno si se está bien abrigado. Se despeja la mente y el cuerpo se va poniendo cada vez más cálido mientras avanza atravesando el aire helado, como un motor.
Antes de dejar a mi papá, mi hermano Ramiro agradeció por esas noches de domingo a las que cada uno asistía a voluntad, sin reclamar nada, sin obligación. Miré a mi papá, pensé qué lindo que un hijo te diga algo así y se lo dije. El sólo asintió con la cabeza y escondió sus emociones acurrucándose en su campera.
Lo dejamos en la esquina de su casa y Ramiro y yo seguimos. A las pocas cuadras nos empezó a acompañar un perro callejero muy simpático. Agarré a Ramiro fuerte del brazo y traté de mirar firme hacia adelante, pero el perrito era lindo de verdad. Ramiro me comentó que pensaba en tener un gato.
Yo pensé en Mía, una perra a la que amaba con locura, y me vino a la cabeza una frase que leí hace poco: “Todo lo que vale la pena conocer deja moretones”. ¿Cómo es? ¿Sabemos que vale la pena pero también sabemos que va a doler? Volver a enamorarnos, volver a comer algo rico con lo que alguna vez nos empachamos, volver a tener un perro que se va a morir, ¿no es tropezar dos veces con la misma piedra?
Hablé de esto con Ramiro, agarrada de su brazo sentí la calidez de nuestros cuerpos hermanos avanzar juntos por la noche. El perrito en algún momento nos dejó ir, quizás a él también le daba miedo ser abandonado otra vez y prefería la seguridad de la calle. Aunque no creo, se hubiese animado a un nuevo dueño tan sólo con una caricia.
Nos separamos y seguí caminando sola, hubiese caminado más pero ya estaba cerca de mi casa y entré por instinto, como los caballos. En el ascensor me miré en el espejo. Busqué los moretones que todavía me dolían, pero no encontré nada. Sonreí pensando en lo bien que la había pasado y, por primera vez, me pregunté si en mi edificio permitían mascotas.
8 comentarios:
me encanto maria
Gracias Clara!
Si me dan a elegir, prefiero estar llena de moretones pero decir cursilerías debido al amor, y tomar hepatalgina a causa de la comida y la bebida.
Después de todo, que sólo sean moretones es lo mejor del asunto. En un tiempo se van, y nos vemos seducidos de volver a empezar.
Muy lindo María ! Me sonroja y a la vez me honra aparecer en tus piezas literarias. Beso. R.
Que manera tan linda que tenes de escribir sentimientos y momentos. Traen paz ...
Saludos
Soy otra Clara, pero pienso igual que la primera)
Entonces nuevamente: gracias Clara!!!
Gracias por las cosas lindas que me decís.
María.
No puedo evitar decírtelo de nuevo.
Me encanta tu mirada cinematográfica de la vida.
Te felicito.
Lala
Lala, muchas gracias. Aunque suene tonto... tus comentarios me hicieron bien.
Saludos!
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