viernes, 16 de abril de 2010

¡Cucha!

Hace unos días vinieron a comer a mi casa una amiga y un extranjero que estaba trabajando con ella, yo no lo conocía y voy a llamarlo K. Mi amiga llegó antes, abrimos una botella de vino, prendimos velas y cantaban Kings of Convenience.

Cuando llegó K nosotras ya estábamos un poco alegres, mi amiga se puso a cocinar y yo le mostré la casa y algunos de mis dibujos. Era alto, con cara de bueno y parecía entusiasmado por Buenos Aires, el ambiente y la noche que prometían pasarla bien.

Al rato sonó el celular de mi amiga: era la mujer de K desde Los Angeles. K, sin entender por qué no lo había llamado a su teléfono, se encerró a hablar en mi escritorio. Nosotras abrimos el segundo vino y analizamos si ella tenía derecho de ponerse celosa o no.

De repente salió K diciendo que no era nada grave y que se había cortado la comunicación. Si llaman del exterior pago yo y seguro me quedé sin crédito, le dijo mi amiga. K simuló que le importaba al mismo tiempo que trataba desesperado de volver a llamar, pero su celular estaba bloqueado.

Entonces llamó desde mi casa a Estados Unidos para encerrarse a seguir discutiendo con la madre de sus hijos. Repito, yo a K no lo conocía. A los veinte minutos, decidí entrar a decirle que le pidiera a su mujer que lo llame, las comunicaciones internacionales acá son caras.

K obedeció avergonzado, sonó su celular y volvió a encerrarse. Creo haberle visto los ojos vidriosos. Y empezó un “loop”: salía del cuarto angustiado, hablábamos del infierno que era su pareja, ring ring, entraba al cuarto y volvía a salir a descargar con nosotras hasta que le volvía a sonar el celular.

Apenas nos sentamos a la mesa, ring. K se levantó y volvió a meterse en el cuarto de la biblioteca. Pero esta vez cuando salió todavía tenía el celular pegado a la oreja y parecía hipnotizado. Bajó el teléfono abierto y se lo apoyó bien contra el pecho: I’m leaving, susurró. Fue lo último que le oímos decir.

Lo de después fue dígalo con mímicas. En el ascensor nos miramos los tres frente al celular abierto que no me pregunten por qué parecía un control remoto. Traspasamos las puertas de mi edificio como quien se acaba de enterar de una tragedia y caminamos a la esquina, nosotras dos incrédulas escoltas de lo que estaba pasando.

Sólo llegué a palmearle la espalda antes de que depositáramos a K en un taxi. Lo vimos alejarse por Libertador con el teléfono en la oreja, a las diez y media de la noche, derechito al hotel y sin comer.

1 comentario:

THISISESTARENELHORNO dijo...

JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJA K-GO!