¿Será este el fin de la eternidad, rumiar una y otra vez sobre las nimiedades de toda una vida? ¿Quién podría haber imaginado que uno tendría que recordar constantemente cada momento de la vida hasta en su más minúsculo componente? ¿O acaso este más allá sea tan solo el mío y, de la misma manera que cada vida es única, así también lo es la otra vida, cada una de ellas una huella dactilar imperecedera de un más allá distinto al de cualquier otro? No tengo manera de saberlo. Como en la vida, sólo sé lo que es, y en la muerte lo que es resulta ser lo que fue. No sólo estás encadenado a tu vida mientras la vives, sino que sigues atado a ella cuando te has ido. O, una vez más, tal vez eso sólo me ocurra a mí. ¿Quién podría habérmelo dicho? ¿Y habría sido la muerte menos aterradora si hubiera comprendido que no es una interminable nada, sino que consiste en memoria que medita durante eones sobre sí misma? Aunque quizá esta perpetua rememoración no sea más que la antesala del olvido. Como no creyente, suponía que la otra vida carecía de reloj, de cuerpo, de cerebro, de alma, de dios... de cualquier cosa con forma, contorno o sustancia, descomposición absoluta. Desconocía que no sólo no carecía de la capacidad de recordar, sino que recordar lo sería todo. Tampoco tengo idea de si el recuerdo se produce desde hace tres horas o un millón de años. No es la memoria lo borrado aquí: es el tiempo. No hay interrupción: la otra vida también carece de sueño. A menos que sea todo sueño, y el sueño de un pasado desaparecido permanezca para siempre con el difunto. Pero, sea o no sueño, aquí no hay nada en qué pensar salvo en la vida pasada. ¿Convierte eso el "aquí" en el infierno? ¿O en el cielo? ¿Mejor que el olvido o peor? Cabría imaginar que al menos en la muerte se desvanecería la incertidumbre. Pero en la medida en que no tengo ni idea de dónde estoy, qué soy ni cuánto tiempo he de permanecer en este estado, la incertidumbre se revela duradera. Sin duda no es este el cielo espacioso de la imaginación religiosa, donde todas las buenas personas volvemos a estar juntas de nuevo, felices plenamente porque la espada de la muerte ya no pende sobre nuestras cabezas. Por cierto, tengo la fuerte sospecha de que aquí también puedes morirte. De lo que no cabe duda es de que aquí no puedes avanzar. No hay ninguna puerta. No hay días. La dirección (¿de momento?) es sólo hacia atrás. Y el juicio es interminable, aunque no porque te juzgue alguna deidad, sino porque tú mismo estás juzgando de forma insistente e incordiante tus acciones.
Mientras transcribía este párrafo me llamó mi hermana: el caballo que nos aguantó desde chicas, Malacara, se acaba de morir.
(Fragmento de "Indignación", Philip Roth)
2 comentarios:
Muy bueno este fragmento, María.Todavía no leí nada de Roth, quizá empiece con esta novela.
Siento mucho lo del caballo.
Un beso,
Laura.
Gracias Laura como siempre!
Está muy bueno el libro, lo que más me gustó es cómo progresa la historia y termina siendo algo totalmente distinto a lo que uno imaginaba.
Ojalá te guste,
un beso.
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