El martes fui al Rojas a escuchar a Mairal, Incardona y Llach que leían algunos poemas y relatos. En la espera previa, vi de lejos a un chico que me resultaba conocido pero no podía acordarme de dónde. Cuando me pasa eso me pongo como una vieja empacada, no puedo dejar de pensar en esa persona.
Mientras me exprimía la memoria, miraba al chico tratando de que él me rescatara con un hola del agujero negro en el que había caído. Pero él ni me registraba, a veces me recorría con la mirada, estaba solo y escaneaba el ambiente, yo era sólo una extra más.
Cuando entramos a la biblioteca donde nos acariciarían las palabras, como un fogonazo me acordé: había sido uno de mis asistentes en un comercial de fideos que había hecho hace poco, fueron sólo unos días, él era bastante tímido pero nos habíamos caído bien. Cuando una persona de determinado ambiente se cuela en otro totalmente distinto es como un intruso, difícil saber de dónde salió.
En la penumbra y desde lejos le hice señales de hola abanicando la mano. Como no reaccionaba abaniqué más fuerte y estiré mi cabeza hacia adelante mostrándole quién era, pero nada. Se hacía el boludo o estaba bajo los mismísimos efectos del “mal del colado”, y la intrusa era yo. Pero era peor, porque él ni siquiera recordaba mi cara.
La lectura habrá durado una hora y se me pasó la vergüenza de haber saludado con tanto entusiasmo a alguien que me había ignorado impunemente. Terminó todo, las luces se prendieron y empezamos a salir en esa fila espontánea de gente comentando, poniéndose abrigos, prendiendo el celular. Por esas cosas, él (¿el amnésico o el maleducado?) quedó caminando al lado mío.
En las escaleras ya fue alevoso y no me pude contener más. Nosotros nos conocemos, le dije. Me miró y se quedó pensando, le di su tiempo. Volvió a mirarme y supe que maleducado no era, no había ni rastros de un recuerdo, el pibe tenía un problema en serio. Sin saber qué decir, me apuré a seguir bajando los escalones cuando me atajó alzando la voz: tengo un hermano mellizo.
No entendía si me estaba cargando o si era cierto que tenía un clon que circulaba por otros lados. ¿De verdad? Sí, a veces no lo digo porque me cansa el tema y prefiero saludar como si nada. Yo trabajé con tu hermano. ¿Y cómo trabaja mi hermano? Muy bien, mandale saludos de María Alvarez. Le mando. Bueno, chau. Chau, me dijo un poco desilusionado, como si yo me fuese porque él no era otro.
Salí al frío con la sonrisa más grande que tengo, reteniendo su cara que ahora pertenecía a dos ámbitos que yo había disociado por completo, su cara los unía y me unía a mi en el gusto por la literatura, en las ganas de escribir, en mis horas en un set de filmación, en las eternas reuniones discutiendo sobre una pasta de dientes, en los delirios de un director japonés. Ellos eran dos, pero yo allá y acá era la misma.
1 comentario:
Qué anécdota divertida...de ahora en más, cada vez que alguien me deje pagando con el saludo ( cosa que me da muchísima verguenza), pensaré que simplemente era el hermano mellizo. =)
un beso!
Laura
"Cuando entramos a la biblioteca donde nos acariciarían las palabras"...hermosa expresión
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