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Me senté en el borde de la cama y me volví a levantar casi de inmediato. Salí al balcón a mirar la ciudad extranjera una vez más. Fuera, en una de las extensiones de césped, una niña cogía en brazos a otra más pequeña y daba algunos pasos tambaleantes con ella. Más futilidad. Volví dentro y miré el despertador que había en el dormitorio. Las once cuarenta. ¡Haz algo, y pronto! Me quedé junto al reloj escuchando el tictac. Fui de una habitación a otra sin que ésa fuese realmente mi intención, sorprendido a veces de encontrarme otra vez en la cocina trasteando con el mango de plástico agrietado del abrelatas de la pared. Entré en el cuarto de estar y pasé veinte minutos tamborileando con los dedos sobre el lomo de un libro. Hacia la media tarde llamé al servicio telefónico horario y puse el reloj en hora. Me senté durante largo rato en el retrete, decidido a no moverme hasta haber planeado lo que iba a hacer a continuación. Me quedé allí durante más de dos horas, mirándome las rodillas hasta que perdieron su significado como extremidades. Pensé en cortarme las uñas, podría empezar por ahí. ¡Pero no tenía tijeras! Empecé a merodear de una habitación a otra de nuevo, y entonces, hacia el atardecer, me quedé dormido en un sillón, harto de mí.
(Fragmento del cuento "Psicópolis", en "Entre las sábanas" de Ian McEwan)
1 comentario:
algo asi me paso hoy :$
y no me avergüenza decirlo
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