martes, 24 de febrero de 2009

Lo veo todo negro.

Recién termino de leer “Primavera Negra” de Henry Miller. 
Mear caliente y beber frío, como dice Trimalción, porque nuestra madre la tierra está en el medio, redonda como un huevo, y tiene en sí todas las cosas buenas, como un panal de miel.
Ustedes saben que Henry tiende a tranquilizarme, sobretodo cuando me nubla tanto el trabajo que no me deja pensar.
Uno debe actuar como si el próximo paso fuera el último, puesto que lo es. Cada paso adelante es el último y con él muere un mundo, incluido uno mismo.
Siento que recupero el aire cuando a veces vuelvo cansada y releo algún fragmento de sus Trópicos o de la Trilogía.
Lo poco que he aprendido sobre el arte de escribir se condensa en esto: no es lo que la gente se imagina. Es algo absolutamente nuevo cada vez y para cada individuo.
Ahora tuve una semana libre y fui a la librería a buscar otro de sus libros.
¿Has estado alguna vez sentado en una estación de ferrocarril y has visto como mata el tiempo la gente? ¿No es cierto que se sienten como ángeles vencidos, con las plantas de los pies rotas y los vientres caídos? Esos pocos minutos que se hacen eternos, en los que se ven condenados a estar solos consigo mismos, ¿no es como si les pusieran varillas de paraguas en las alas?
“Primavera Negra” es un título que me gusta. Tres días tardé en leerlo.
Yo nunca he podido hacer un balance. Siempre estoy menos algo. Por lo tanto, tengo una razón para seguir adelante. Pongo toda mi vida en el balance, para que no produzca nada. Para no conseguir nada, tienes que poner a la vista una infinidad de cifras. Efectivamente: en la ecuación vital, mi signo es el infinito. Para no llegar a ninguna parte, hay que atravesar todos los universos conocidos: debes estar en todas partes, para no estar en ninguna. Para conseguir el desorden, debes destruir toda forma de orden. Para enloquecer, debes tener una tremenda acumulación de cordura.
Debo confesarles que esta vez, más que tranquilizarme, la voz de Henry me dejó bastante perturbada y lo veo todo negro.
En el atardecer, cuando la muerte sacude la espina dorsal, la multitud se mueve compacta, codo con codo, cada miembro del gran rebaño arreado por la soledad; pecho contra pecho hacia el muro del propio ser, frustrados, aislados, sardina sobre sardina, todos en busca del abrelatas universal. Al atardecer, cuando la multitud está salpicada de electricidad, toda la ciudad se pone de pie sobre sus patas traseras y tira las puertas abajo violentamente. En la espantada, el hombre abstracto se disgrega, gris consigo mismo, girando en el reguero de su profunda soledad.
Encima mañana empiezo a trabajar. ¿Y ahora quién podrá ayudarme?

(Fragmentos de "Primavera Negra", de Henry Miller)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy leyendo Trópico de Capricornio. Genial, genial!
Lástima que tengo la mala costumbre de leer 5 libros a la vez y así tardo bastante en terminarlos. Pero me encanta!
Fuerza para mañana.