lunes, 27 de octubre de 2008

Para escribir hay que tener todo el tiempo del mundo.

Otro descubrimiento tardío. Lo escuché en muchos reportajes a escritores y me lo repitieron varias personas intentando darme la clave, el secreto para volver a escribir. Pero es una de esas cosas que hasta que no te pasan por el cuerpo, te rebotan en el oído.

No, mañana no puedo porque tengo que escribir. La gente no entiende: ¿Qué es lo que tenés que escribir? Salgamos que es un día divino. ¿No podés venir a almorzar un par de horas y escribís a la tarde? ¿Pero te vas a quedar todo el día en tu casa? ¡¿A las dos de la mañana?! Y es bastante duro, yo también los quiero ver y es divertido lo que proponen.

Escribir es una actividad tan intangible que sólo la comprenden las personas que escriben. Yo no puedo hacerlo cuando tengo un rato de dos horas. Quizás la primera hora y media no me sale nada y después sí,  ahí está lo que buscaba, y qué, ¿me tengo que ir al dentista? 

Hay un ánimo de escribir, un estado mental que se consigue sólo escribiendo. Las ideas te consumen y piden por favor que las dejes salir en cualquier momento. Si las escribo se empiezan a multiplicar, como cuando se mojaban los Gremlins. Si las ignoro se cansan de chocar contra la pared y, agotadas, van perdiendo las fuerzas. A diferencia de Gizmo que no puede ver la luz, las ideas mueren si no la ven a tiempo.

Es un problema, porque nadie comprende que esté en pantuflas todo el día, que no haga algo “productivo” y que igual el tiempo no me alcance para nada. Y no me alcanza. Quiero leer, ver películas, divertirme muchísimo. No me alcanza. Y lo necesito todo, todo, todo, si quiero escribir. Estoy convencida de que para escribir se necesita todo el tiempo del mundo.

1 comentario:

Danielamg dijo...

Hola, veo que esta casilla no tiene comentarios, entonces empiezo con lo mio. Vivo muy de cerca tu relación absoluta con la escritura, yo la vivo y la verdad la ropa de casa, y el ordenador son mi sentido diario..simplemente los dedos están a la espera -al igual que mi marido esperando su comida- la inspiración no sabe de horarios, simplemente llega y lo demás es invisible: solamente mis dedos, y las ideas poblando la pagina en blanco, pero en el fondo la vergüenza de que me tilden de olgazana y el miedo de que este encierro voluntario no justifique mi ausencia.