miércoles, 24 de septiembre de 2008

Saber a veces sobra.

Soy bastante curiosa, valoro el saber como un bien que nadie puede sacarme. Pero hay casos puntuales en los que elijo la magia del misterio. A veces la ignorancia me protege de detalles que no aportan nada y no me interesa saber de más. 

Por ejemplo, ¿a quién le importa qué le susurra Bob a Charlotte al final de “Lost in Translation”? ¿O cómo llegó “Leatherheads” a mi videoclub si todavía no la dieron en el cine?

La lista es larga, hay muchas cosas que quiero seguir desconociendo: quién es el marido de mi psicóloga, cómo funciona Internet, todo lo que duerme en mi baulera, que alguien comió mal en el Natural Deli de laprida y juncal, que te pueden localizar por el chip, que un Beatle hizo algo feo o malo, que el chico que me gustaba en quinto grado hoy es un empresario pelado, lo que hacen con la plata de la expensas, cuánta gente va a leer esto, que Coppola habla del “profit” de los viñedos en el set, que pusieron esa foto en facebook, las calorías de una medialuna.

De estas y otras cosas me quedo con la punta del iceberg. Si saben algo por favor no me cuenten. Prefiero, toda la vida, no saber.

2 comentarios:

Alejandra dijo...

No saber es una buena estrategia algunas veces. Sin embargo, a mí me pasa todo lo contrario: yo quiero saber siempre todo. Es agotador.
Y así me va.

la vecina dijo...

viste que hay gente que empieza a contarte cosas de su vida, sin entender tu mirada que exclama a ojo en pàrpado "demasiada información, demasiada información!"?

hay cosas que mejor no saber. saludos!