Se cambia de nombre para huir de la ley. O para perseguir con una personalidad encubierta a otro hombre al que se quiere extorsionar...
(...) ...un nombre es una novela entera que se puede vivir sin escribirla.
Es sabido que los niños se impacientan cuando les cuentan un cuento y les cambian el argumento o se saltean las partes de la trama que ya conocen, que no quieren renunciar al placer de la repetición, a la narración cuya exactitud les permite fingir que leen.
¡Qué argenta me resultaba Simone de Beauvoir traducida por Silvina Ocampo!
Y ella, sin dudas, carecía de la dulzaina retórica con que la psicología remozaría años más tarde los buenos modales de la feminidad: para dar a luz a El segundo sexo, era preciso ser fuerte.
Creo recordar, en uno de sus libros de memorias, una frase irresponsable: "Ninguna mujer puede ser violada por un sólo hombre".
"Quisiera que la persona que amo cambiara."
Cuando, ya mayores, nos veíamos en el bar La Paz, estábamos con diferentes bandas, pero seguía el cariño de los que se quisieron temprano, cuando aún no se está ni demasiado cansado ni demasiado comprometido en un destino arreglado entre el deseo y el principio de inercia.
El mismo mecanismo de aquel paciente de Freud que luego de contar su sueño con una mujer mayor dijo: "No es mi madre".
No me gustaba su estudiado cinismo. Un día me contó que su hermana se había tirado por la ventana, que su madre empezó a gritar con desesperación, pero él la empujó y le impidió que se asomara.
-Y después, ¿qué hiciste?
-Bajé la persiana.
Es cierto: donde otros se explayaron , yo puse el punto final.
(Fragmentos de "Contramarcha", de María Moreno)